Lo mío con las libretas es amor a primera vista. Pero no hablo de cualquier cuaderno, con anillas y hojas de cuadritos. En esos se escriben oraciones para analizarlas sintácticamente o se rellenan con problemas de matemáticas. Las libretas que a mi me enamoran son esas de tapa dura, con un bello diseño y con páginas en blanco.
Esas hojas me inspiran, porque podrían dar mucho de sí, pero también me paralizan.
Hasta hace unos años, no me atrevía a pintar con bolígrafo ninguna de las libretas que tenía. Me parecía un sacrilegio y sólo con pensar en un borrón de tinta en esas impolutas páginas me revolvía el estómago. Entonces volví de Erasmus.
Si, como yo, has vivido esta experiencia internacional, sabrás que de ella se vuelve sin miedo. Tal cual. Tu mentalidad cambia, siendo este un efecto temporal en algunos y definitivo en otros.
En mi caso, perdí el miedo a los borrones de tinta en las páginas blancas. Pintaba las libretas, escribía en ellas, hacía listas, tachaba, añadía… Pero hay una que sigue intacta.
La libreta verde.
Unos quince centímetros de ancho, veinticinco de alto y fina. Es de un tono de verde claro, parecido al de la hierba cuando le da el sol en primavera. Ni siquiera la compré, era de propaganda. A esta libreta me refiero cuando decía antes que me inspira y me paraliza.
Si alguna vez escribo algo (algo en condiciones, algo que quiera que el mundo lea), tiene que ser en esta libreta, sin duda. Pero hasta entonces, seguirá en blanco.
Este blog no va a estar en blanco. En él escribiré de todo y tan a menudo como pueda (me lo he propuesto).
Bienvenidos a La Libreta Verde de Patricia.